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DEBAJO DEL ASFALTO TAMBIÉN PASAN COSAS

  • Foto del escritor: anto pedemonte
    anto pedemonte
  • 13 may 2019
  • 7 Min. de lectura

Millones de personas viajan por día bajo tierra. Galerías de arte que no ven el sol. El subte de la Ciudad de Buenos Aires entre el esplendor de 1913, año en que se inauguró en el país la primera red de ferrocarriles eléctricos subterráneos de la región, y un servicio que en la actualidad no cumple con las expectativas… ¿Cómo es viajar en hora pico?


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¿Dónde empiezan y terminan las ciudades? Existen dos tipos de fronteras: las horizontales y las verticales. En el primer caso la delimitación está dada por un mapa geográfico y en cuanto al segundo punto hablamos de la localización  del cielo (arriba) y del suelo (abajo). Sin embargo, la situación no es tan simple. Bajo el cemento caliente, víctima de rayos solares, un mundo bajo tierra coexiste y se conecta con la superficie. Podría tratarse del argumento de una película de ciencia-ficción, pero desde el siglo XX corresponde a una escena cotidiana en la mayoría de las metrópolis mundiales: túneles subterráneos donde los  ferrocarriles eléctricos se destinan como transporte público y llevan a enormes cantidades de gente de acá para allá y de allá para acá.

Joaquín Casal es estudiante de Ingeniera en sistemas en la UBA, vive en Recoleta y trabaja en Microcentro. Los días hábiles utiliza el subte de la Ciudad de Buenos Aires para llegar a su trabajo y luego para volver a su casa. Su experiencia viajando en la Línea D no es positiva, cuenta que utiliza el subte porque es más rápido que el colectivo, pero también más incómodo. “Mi sensación al viajar es negativa, muy negativa. El subte es un desastre, en horario pico es típico tener que dejar pasar trenes por la imposibilidad física de subirse y cuando uno logra hacerlo, es para viajar apretadísimo y a mayor temperatura que en un sauna, independientemente de la estación del año".

Buenos Aires fue la primera ciudad de América Latina en contar con línea de metro. Desde 1913 hasta 1968 se trató del único subte de la región, pero la inestabilidad política y las crisis económicas que sufrió el país llevaron a una falta de inversión, lo que acompañado del gran crecimiento en número de habitantes tuvo como consecuencia el estancamiento del servicio comparado con el de otras ciudades del mundo. Actualmente, la red cuenta con más de 61 kilómetros de extensión y con seis líneas de subte, una de parámetro y 105 estaciones. Cada día hábil, 1.260.000 personas utilizan las líneas porteñas y según Metrovías [empresa concesionaria de los subterráneos de la Ciudad de Buenos Aires hace 24 años] se trata de marcas récords para el servicio. La cantidad de usuarios que lo demandan se trasluce no sólo en un crecimiento económico para la empresa  sino también, en la calidad del viaje para el cliente. Tal como explicó Joaquín, subir a la máquina es una odisea para la cual es mejor no sufrir de claustrofobia.

En hora pico la aventura comienza al bajar al andén, que se satura rápidamente de gente que busca ubicarse frente a los enormes ventiladores negros colgados de la pared, para poder respirar aire “fresco” a causa del cambio de temperatura: bajo tierra siempre es veranito. La frecuencia va de tres a siete minutos, cuando el tren se acerca a la estación el ruido es ensordecedor. Del túnel oscuro se logra divisar sólo dos luces frontales y circulares que pertenecen a máquina eléctrica de color amarillo brillante, la cual rápidamente pasa  frente a nosotros y se detiene, las puertas se abren: es hora de subir… o de dejarlo pasar y esperar otro con la esperanza de que llegue más vacío.

La clave para tomar el primer tren que llega es no seguir las indicaciones: valientes -o inconscientes- se paran sobre la línea amarilla que separa el corredor de las vías y que tiene como único objetivo la toma de conciencia del usuario, esa línea no se debe rebasar para evitar accidentes. Sin embargo, en el mundo subterráneo porteño las indicaciones parecen no importar mucho, la llamada “viveza argentina” lleva a que apenas el ferrocarril abra sus puertas los ansiosos del andén empujen, para ingresar, a las personas que quieren bajar del subte y se produzcan así malos entendidos. La desesperación por llegar puntual al trabajo o temprano al hogar implica no pensar demasiado los actos, lo que es visible cuando suena un pitido, las puertas se cierran en un parpadeo y por fuera sobresale la mochila de un señor que apenas logró, tras correr unos metros, que su cuerpo entrará, apretado, al vagón... En la próxima estación, tal vez, logrará que entre su bolso.

Los vagones llenos no son una característica sólo de los subtes porteños, en Tokio [ciudad con una de las redes de subterráneos más modernas del mundo] viajar en hora pico tampoco es placentero, pero las medidas tomadas por la empresa que brinda el servicio son diferentes: frecuencia más corta -dos minutos- y oshiyas, es decir empleados que se encargan de  empujar a los usuarios dentro de los vagones para que ingrese la mayor parte de los pasajeros hasta que las puertas se cierran. Si los oshiyas existieran en Buenos Aires, la mochila del señor no hubiera quedado colgando fuera del tren.

***

—Che Hernán, los chicos se van de vacaciones a la playa y preguntaron si queríamos ir ¿Qué hacemos?

—Hay que conseguir plata… ¿Y si vamos a tocar al subte? Capaz juntamos algo.

Según cifras del Frente de Artistas Ambulantes Organizados (FAAO) en Buenos Aires hay 2600 artistas callejeros. Entre ellos, 220 tocan instrumentos, cantan y bailan en el subte para ganarse el pan, aunque sólo 59 tienen permiso del Gobierno de la Ciudad. Nahuel y Hernán son amigos de toda la vida, se conocieron en su ciudad natal Berazategui y pegaron onda rápido porque ambos comparten la pasión por la música: Hernán canta y Nahuel por su parte toca el cajón peruano y la guitarra. En 2012 decidieron probar suerte en el metro porteño y durante dos semanas se subieron a los vagones de la línea B [la que más pasajeros traslada] para tratar de juntar con su arte, lo que no les ingresaba al estar desempleados: “Nos fue bien, juntamos bastante plata para las vacaciones. La gente se re copaba y eso hizo que nosotros la pasáramos bien, fue una experiencia divertida”.  Si bien, no cuentan con el permiso gubernamental aseguran que si se quedan sin plata y sin trabajo de nuevo, no lo dudan ni un segundo: “Agarramos la guitarra y al subte de una”.

Si bien las opiniones de los pasajeros son variadas, -“Mientras no molesten a nadie, no hay problema” (Matías, usuario de la línea C); “Es una especie de polución sonora, no tengo interés en escucharlos” (Mario, utiliza la línea A) y “Me parece bien que muestren su talento y su trabajo” (Rocío, pasajera de las líneas B y D).- lo cierto es que desde sus comienzos, en la red subterránea porteña ha existido un compromiso con la  cultura y se intentó y se sigue intentando brindar un espacio para la expansión de esta. No sólo se ofrecen espacios para eventos de música y teatro de parte de artistas callejeros, sino que además se pueden observar instalaciones y murales de importantes pintores y dibujantes ya consagrados.

Tanto los pasillos, como las paredes de los andenes y hasta los escalones de las escaleras que conectan el mundo bajo tierra con la ciudad exterior, están marcados por el arte. En la línea D hasta las columnas que soportan la estructura de los túneles están intervenidas por  las llamativas obras del artista contemporáneo Milo Lockett. La línea H tiene como temática al tango y las paredes recuerdan y homenajean al gran Carlos Gardel. También se puede encontrar algún que otro graffiti en el ferrocarril -cada vez se ven menos por el “Plan graffiti cero” llevado a cabo desde el 2013 por SBASE (Subterráneos de Buenos Aires S.E.)- y hasta  stickers pegados en sus ventanillas. La estética, los colores, las texturas y las ideas plasmadas en estas galerías de arte que no ven el sol, representan la identidad colectiva de las masas que se mueven en el transporte público bajo los distintos barrios porteños y le dan una pizca de color a un viaje rápido que de tan incómodo, es para el olvido.

***

El despertador de Joaquín suena de lunes a viernes a las siete menos cuarto de la mañana. Cuando se levanta se prepara rápido para salir, nunca falta el café matutino que lo ayuda a despertarse. A las siete y veinte saluda a Gato, su mascota felina y sale de su departamento ubicado en la Avenida Pueyrredón. Camina dos cuadras para encontrarse con la boca del subte línea D. Comienza su día adentrándose bajo tierra, apoya la SUBE en el molinete y se prepara para la avalancha de gente queriendo subir al vagón que se dirige con sentido a Catedral.

El acelerado ritmo de vida que se lleva en la Ciudad de Buenos Aires nos permite olvidarnos, en primera instancia, de que hasta hace pocos años atrás eran comunes las largas filas para adquirir los boletos que permitían ingresar al andén y viajar en subte. Dichas filas se formaban en el hall central de las estaciones, donde se ubican los molinetes y las boleterías. Estas ventanillas de venta siguen funcionando hoy en día, pero casi siempre están vacías. Es que se dejó de comprar la tarjeta desechable de cartón con banda magnética -los primeros años se usaban cospeles con la leyenda “Un viaje en subte” de un lado, y “Subterráneos de Buenos Aires” del otro. Posteriormente se hizo el traspaso a la tarjeta Subtepass- cuando la tarjeta de plástico SUBE fue habilitada para usar en todos los transportes públicos. El cambio agiliza el ingreso de los pasajeros ya que llegamos al molinete con crédito en la tarjeta de uso cotidiano y no hace falta comprar un boleto, sino que pagamos directamente de forma digital apoyándola en el área identificada.  

Debajo del pavimento, donde los subtes van y vienen repletos de pasajeros, es menester dejar de ser uno para pasar a ser multitud. La individualidad se recuperará una vez fuera, cuando los cuerpos no estén pegados entre sí, y el aire fresco de la Buenos Aires exterior golpee en la cara.

 
 
 

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