VIENTOS DE MUJER: Silvia Barrera
- anto pedemonte

- 13 may 2019
- 6 Min. de lectura
Se interesó en la medicina gracias a una novela inglesa que leyó cuando tenía ocho años. A los 23, luego de recibirse de Instrumentadora Quirúrgica, se presentó como voluntaria a la Guerra de Malvinas donde ayudó a salvar la vida de los soldados argentinos que caían -irónicamente- contra los compatriotas del escritor Arthur Hailey, quien tanto la inspiró. Hoy se ocupa del área de ceremonial y protocolo en el Hospital Militar Central y se define como una “artista frustrada".

Silvia nos recibe en el hall central del Hospital Militar, nos invita a pasar y nos lleva a otro edificio con entrada permitida solo al personal del lugar. Se nota que no es la primera vez que camina esos pasillos, ya ni mira sus paredes, sus cuadros, los colores blancos y tristes que adornan los hospitales... Ella avanza con la confianza que sólo lo conocido puede darle. En este hospital, Silvia, pasó la mayor parte de su vida: tuvo muchos puestos de trabajo, comenzó y terminó relaciones amorosas, conoció a sus amigas -luego veteranas- y también a su marido, padre de sus cuatro hijos.
”Tenemos que hablar de historia”, lanza divertida. El pasado se convierte en historia, como el aire en movimiento siempre se transforma en viento. Son justamente esos hechos los que marcan y transforman nuestra identidad. Por ejemplo, Silvia supo desde una temprana edad a qué quería dedicarse cuando fuera mayor.
Sería la industria cultural la que marcaría su camino profesional. Libros, programas de tv y películas conjugados con una crianza muy cercana a la milicia [su padre era militar] los encargados de guiarla ideológicamente: “El primer libro que leí lo escribió Arthur Hailey, se llamaba Hospital. Tendría ocho años y a partir de ese momento ya elegí mi profesión. Su segundo libro, Aeropuerto, también me encantó y por eso rendí examen para instrumentadora quirúrgica y para azafata. Dí bien los dos, pero mi padrino -que era cirujano- me marcó el rumbo”.
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El destino quiso que ella viviera en carne propia lo que tanto la entretenía de chica en los shows televisivos, películas y libros que consumía. La guerra de Malvinas la iba a encontrar recibida de Instrumentadora Quirúrgica y trabajando en el Hospital Militar Central. Silvia viajó el ocho de junio y prestó sus servicios en el Rompehielos ARA Almirante Irizar que operó como buque hospital hasta el final del conflicto armado. Recién el 20 del mismo mes pudieron emprender el regreso a casa.
-¿Por qué te presentaste como voluntaria para Malvinas?
-”Cuando vos elegís bien tu profesión y ocurre una evento así, es una cosa natural ofrecerte como voluntaria; aparte, yo soy civil pero vengo de familia militar. En su momento, lo consulté con mi novio -que era cirujano y trabajaba acá- y él me dijo que no fuera, pero yo le dije que otra guerra no iba a haber y hombres iba a encontrar dos millones, así que me peleé en la puerta del hospital y me fui. Lo que pasa es que nosotros nos criamos con otra cultura, con otra lectura, con otra televisión, que nada que ver a la de hoy. Por ejemplo, en la tele los fines de semana a la tarde había un programa que se llamaba “Sábados de super acción” y lo único que pasaban eran películas de guerra, de cowboys, todas norteamericanas. Nosotros nos hemos criado con esa visión idílica de la guerra”.
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Las formas de ver y entender la guerra son muchas, la visión cambia según el rol ocupado. Hay quienes lo recuerdan como un momento oscuro en sus vidas -que preferirían no recordar y hasta no haber vivido- como es el caso de los soldados o militares que van obligados a un lugar hostil con un clima helado; y también, están quienes lo rememoran como un hecho fundamental. Silvia se agrupa a ella misma y a sus compañeras en el último conjunto, entiende que Malvinas le cambió la vida y pasó a ser “lo más importante para sus carreras”. Recalca que dentro de las 200 millas náuticas que rodean las islas sólo hubo 16 mujeres, pero que sin embargo, a las únicas que les corresponde el término de “veteranas” es a las que estuvieron cuando empezaron los combates y los bombardeos: “Somos nosotras seis de ejército y una de aeronáutica, las demás chicas no pueden contar nada porque estuvieron fuera del tiempo en el que comenzaron los ataques”. Esas cinco mujeres de ejército de las que habla Silvia son María Marta Leme, Norma Navarro, Cecilia Ricchieri, Susana Masa y María Angélica Sandes, todas instrumentadoras quirúrgicas que están siempre presente en el relato de Barrera y en su mente.
-¿Por qué pidieron instrumentadoras civiles?
- “En aquellos años todavía la mujer no estaba dentro de las Fuerzas Armadas -los hombres no querían saber nada de que entren- y los enfermeros suboficiales que había no rotaban por quirófano por lo que había un montón de cosas que son específicas del personal que trabaja en este que no tenían ni idea. Las únicas que podemos seguir el tiempo quirúrgico, además del cirujano, somos las instrumentadoras y en Puerto Argentino se necesitaba acelerar esos tiempos, por eso nos llamaron. Al principio, los marinos nos trataron muy duramente -nosotras veníamos de ejército-, no había nada pensado para la mujer en las FFAA. Los borcegos nos quedaban dos tallas más grandes, la ropa también, los barcos tenían mingitorios... así que llegamos al buque para revolucionarlo”.
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Por mucho tiempo, los hombres de mar sostenían que embarcar con mujeres daba mala suerte. Será por eso que cuando los marinos vieron llegar a seis mujeres luego del hundimiento del crucero [ARA General Belgrano] se sorprendieron: “Temían que les pase lo mismo por tenernos a bordo y decían: “Hay que mandarlas de vuelta, nos van a hundir, nos van a bombardear”. Después, trabajando juntos, se fueron limando las asperezas y ahora somos como hermanos”.
En un mundo donde la primacía era masculina, como en ese buque transformado en hospital donde Silvia ejerció la Medicina, el amor y la ternura femenina eran escasas pero necesarias. Seis mujeres conteniendo a una dotación de 60 hombres trabajando y 370 pacientes… porque las heridas no fueron sólo físicas sino también emocionales: “Nosotras salimos de Argentina con la información de que íbamos ganando, como todo el mundo. Cuando se firmó el cese del fuego, no lo podíamos creer. Para los militares de carrera fue un golpe durísimo. Ahí, tuvimos que hacer de hermanas, de tías, de madres. Hoy en día seguimos igual… ¿viste como dicen lo del hilo rojo? [se le llenan los ojos de lagrimas] Yo les digo que un hilo celeste y blanco nos unió".
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Silvia lleva con orgullo en su pecho una insignia: un pin dorado que tiene grabada la figura de las islas Malvinas sobre la bandera argentina. El mismo es un reconocimiento que le entregaron en 2012 cuando fue, junto con sus compañeras, reconocida como “veterana de guerra” por el Estado. Ese broche le recuerda, a diario, sus pasos por la guerra. Pero no es la única manera de recordar que tiene, también lo hace a partir de fotografías que ella misma tomó:
- Mi papá antes de irme me dijo: “Me sacás fotos de todo lo que veas” y entonces me compró 200 rollos y una máquina de fotos, la más chiquita que había en ese momento. Yo me la ponía en todos lados e iba sacando fotos de todo. El problema es que, después, cuando se terminó la guerra subieron los ingleses y nos sacaron todo lo que teníamos. Yo como era mujer y ellos no me podían revisar, me escondí los primeros rollos que encontré.
-¿Te gusta la fotografía?
- Si, me encanta. Yo soy una artista frustrada.
Los vientos helados y fuertes de Malvinas la alejaron del arte y la acercaron a la ciencia. Cuando volvió, se dedicó de lleno a su vocación de ayudar a los demás: “Hice tres años de cardiovascular, siete de Urología, siete de ginecología, dos de cirugía general, uno de oftalmología y seis de proctologia. A medida que se iban privatizando los servicios y había que cobrarle al paciente, yo me pedía el pase a un servicio que no estuviera privatizado porque no estoy de acuerdo con que se le cobre”. Cansada de las injusticias estudió ceremonial y protocolo y ahora maneja ese área en el hospital. Cuenta “Antes hacían los actos e invitaban a todos los hombres veteranos y a nosotras no, y yo me enojaba mucho y la forma de resiliencia es estudiar, entonces ahora hago yo lo actos e invito a todo el mundo”.
Sobre las consecuencias de sus días en el buque hospital, Silvia cuenta que por el estrés postraumático tanto ella como sus compañeras padecen de Cáncer en distintos órganos [En su caso, de colon] y que una tiene ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Además, agrega que hoy están “con sobrepeso, hipertensas, diabéticas y eso, es un estándar común a todos los veteranos de guerra”.
-¿Cómo estás llevando la enfermedad?
-Tuve suerte porque yo trabajaba en proctología, entonces cuando empecé a ver los trastornos dije “ya está, hay algo que no está bien”. Aparte que, por el estrés postraumático, todos los veteranos dormimos mal. No es que no dormimos, pero estamos en una vigilia que vos escuchás un ruidito y te despertás, eso hace que vos estés siempre seco de vientre porque tu intestino no hace el cambio que tiene que hacer durante el día. Cuando noté que algo estaba mal, automáticamente me pedí yo los estudios y me operaron por laparoscopia los muchachos acá. Gracias a Dios y como no tenía ganglios, no me mandaron a quimioterapia. Con el cáncer no hay que asustarse, hay que aceptarlo.
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Silvia espera vientos que la transporten nuevamente a las Islas. El deseo de un futuro compartido junto a sus compañeras veteranas en un escenario conocido ya por ellas. Navegar esos mares, pisar esas tierras… volver.




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